Rolando Suárez Sandoval

El panorama desde la toma aérea de todos los medios de comunicación mostraban la principal avenida de la Capital de Santiago colmada de más de un millón de personas que se congregaron en difusos límites entre el oriente, el poniente, el norte y el sur con filas interminable de banderas, carteles y cacerolas que con mayor o menor afinación, clamaban al unísono el hastío del modelo económico y social que nos instalaron a punta de fusiles y que fraguó la precarización de generaciones de chilenes que no llegan a fin de mes.

En esta revolución de Octubre, se me hace imposible no rememorar el miedo de la niñez, el hambre y la incertidumbre de la pobreza, cada vez que veo al Chile de mi adultez despertando cansado ya no solo de la rutina clasemediera, sino que del letargo que nos mantuvo callados y silentes por el miedo a perder la pega, a no poder pagar el crédito o caer enfermo.

Este chile que despierta, es distinto, y el arcoiris de la bandera del orgullo LGBTIQ+ nos recuerda que la revuelta es también de las identidades, de las etiquetas y del closet que quemamos en cada barricada, que volvemos a romper con cada golpe a nuestra ollas; marchamos de la mano con nuestras parejas, nos besamos y nos cubrimos de las lacrimógenas con un pañuelo multicolor que hace hacer doler los ojos de la heteronorma del carabinero represor y de la cantaleta presidencial de que la familia es una sola.

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Estamos en la calle desde el día uno, la calle que nos ha albergado de nuestras represiones familiares ha sido desde siempre nuestro campo de lucha, cada esquina donde antes esquivamos el insulto del machito y la mirada de la vieja homofóbica, ahora están desbordadas de rabia, y cubiertas de banderas de luto, del pueblo mapuche, y la del arcoiris que ahora es parte de ese espacio de resistencia que compartimos por nuestra propia historia, por la de los nuestros.

Esta es nuestra revolución, la que pide Nueva Constitución porque queremos que ahí, en la Carta Magna se escriban los nombres de todes quienes antes fueron asesinades, golpeades, torturades y despreciades por este país que se encargó de mandarnos al último lugar de todo, por esa iglesia que nos mandó a la cola. Vamos a escribir que tenemos derecho a la vivienda digna, que la escuela es un lugar de encuentro y respeto, que la salud y la seguridad social no son el negocio de unas pocas familias, sino que el sostén de un pueblo que reclama dignidad, palabra que a el presidente de Chile, al parecer, la desconoce en el plural.

Escribo hoy por haber crecido en la pobreza, por haber aprendido con Lemebel a dudar de esta cueca democrática y saber que ser pobre y maricón es peor. Y escribo hoy sin tener más demandas que la justicia y la confianza en que no cuesta tanto ser felices, que el Baile de Los que Sobran de Los Prisioneros ya no es un canto de protesta, es una exigencia porque sabemos que vamos a volver a llenar de banderas de arcoíris todas las calles de Chile, y porque ya no tenemos miedo, y no estamos cansades de luchar, estamos cansades de quedarnos afuera de nuestro propio país. Estamos haciendo la revolución que queremos, y ya no nos vuelven a excluir.